sábado, 8 de mayo de 2010

Homero De Vicent

Enamoradizo, romántico, soñador de pelo largo, de joven solía esperar a las muchachas del pueblo a la salida de misa para recitarles sonetos de amor oscuro a plena luz del día. Aunque ávido siempre en sus composiciones y respetuoso en la reglas métricas, nunca consiguió convencer a ninguna doncella de que le acompañara a la mansión del pecado, una casa abandonada rodeada de campos de naranjas que hacía las veces de refugio a los agricultores en caso de aguacero inesperado.

 

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